lunes, 14 de mayo de 2018

SINGING IN THE RAIN, PISANDO CHARCOS.


Cuando me ducho en sábado y domingo —de lunes a viernes es demasiado temprano— suelo cantar. La oculta desnudez y la intimidad de no saberme escuchado ayudan a sacar la voz sin miedo, con el beneficio de la reverberación efecto ducha, que para sí la quisiera Montaya Armero, autotúner mediante.
—No sabía que fueras cantante —dijo una vez, en el ascensor, la vecina de abajo.
—Yo tampoco —respondí sorprendido y avergonzado, pero tampoco mucho.

Lo bueno de escribir en mi blog es que puedo decir lo que me da la gana porque sé que poca gente lo lee. Sólo en un par de ocasiones algún desconocido me criticó —más bien frívola y tontamente, y así le fue—. El resto de las veces navego con viento de cola, al que ayuda mi autocensura necesaria. Escribo cuando me apetece, sin obligaciones impuestas desde fuera, y cuento lo que quiero. 

Rechacé las invitaciones a twitter porque me conozco, y "nosecuantos" limitados caracteres e ilimitados whiskies mezclados  con caracteres me ocasionarían más dolor de cabeza que sólo el whisky, que ya saca lo mejor y peor de mis tripas, en sentidos literario y literal. 

Anoche releí, como es costumbre, mi última entrada y me pareció, una vez más, tibia o acaramelada aunque con poco azúcar, que cada vez me queda menos. Me propongo remediarlo o explicarlo sin que me hayan pedido explicaciones ni remedios. Allá voy a tumba abierta hasta el amanecer.

No me acostumbro a Madrid porque voy poco, gracias a Dios, y cuando iba más me cagaba de miedo, cosa que uno de mis escasos lectores suscribe y comparte —pese a su metro noventa de estatura y sus cien kilos restados a base de manzanas y más manzanas, será por Manzanas—. No me siento cómodo en ciudades cuyo mapa no domino como un taxista, o sea, "pucelaporlospelos" y acaso ninguna más. 

Que la gente se obstine, empeñe —muy literalmente— en enviar selfies con Madrid al fondo sin que aparezca el fondo —y vi varios, cotilla que es uno— viene a ser como usar el "chroma" sin proyectar nada detrás, aunque sólo sea la excusa para que tus amistades den al "me molas estés donde estés". 

Alguno dirá que hago lo que critico. De algún modo tendrá razón. Cuento mis vivencias y las comparto. Yo lo veo de otro modo, pero ellos no. ¿Por qué vas a tener razón tú y no yo? Pues eso.

Machismo y feminismo no son lo mismo a la inversa (más "ismos" y "cacofonismos", que son cacofonías). Es fácil documentarse. Me preocupa que lo hagan a lo Disney, y que su padre bobalicón asienta complacido. 
—Mi hija lee mucho.
—La mía lee bien y bueno.
—¿Por qué vas a tener razón tú y no yo?
—Porque leí bien y bueno gracias a mi padre.

Me da por la puerta de la cocina lo del "postureo", cuyo sinónimo no aparece en el DRAE. Pasear por Madrid con cara de "hola, estoy paseando por Madrid (o Disneylandia o las exclusivas-atestadas playas de Cádiz, que lo flipas, alucinas, LOL) y quería contártelo para que me adores y envidies aunque probablemente tú también estés haciendo lo mismo, para eso somos amigos, "quid pro quo", no sé que se dice "do ut des" porque la enciclopedia que llevo en este pedazo de móvil la uso para instagram, feisbu y twitter, el buscador de restaurantes guays y otras chorradas enviadiables" me parece un chiste peor que los de "iban un inglés, un francés y un español... o los de Jaimito". Una jaimitada, vaya.

domingo, 13 de mayo de 2018

MADRID: ARTE, FEMINISMO, NEELEY Y ROCK AND ROLL.


—¿Sabéis que viene Ted Neeley a Madrid? —preguntó David en un alto del ensayo del Cuarteto Muzikanten.
—¿A qué? Pensaba que estaría jubilado.
—¡Jesucristo Superstar!
Esa misma noche saqué dos entradas.

Madrid, esa ciudad a la que nunca acabo de acostumbrarme, tiene encantos para no aburrir aunque las piernas se empeñen en decir lo contrario. Muy por encima del ambiente postmoderno, puro marketing y postureo de selfies para compartir —eso sí que me aburre—, lo mejor de la capital se encuentra mirando del horizonte hacia arriba —a excepción de La Almudena, que al lado de la media catedral de Valladolid se queda en construcción de EXÍN castillos del número 2, si bien lo peor son los frescos del ábside, ejecutados en su sentido amplio por Kiko Argüello, "pintor católico" promotor inconsciente de la apostasía artística—. 
Íbamos paseando después de comer, con margen de sobra hasta la cita de las seis con Neeley Superstar, motivo del viaje. David, un tío pausado que transmite calma y se mueve a cámara lenta, me guiaba por las calles del centro comentándome detalles sobre tiendas antiguas de discos, música, y los monumentos que íbamos encontrando. Pese a ser licenciado en historia y/o musicólogo, lejos del afán por mostrar sus conocimientos los dejaba caer entre anécdotas personales de sus viajes al foro. Me sorprendió tanto que casi estuve callado, lo cual no deja de tener un mérito enorme para quien lo consigue.
Delante del palacio real, una mujer guapísima se hacía una autofoto sin palo en la que sólo salía ella, y al palacio que le den —lo reconozco, me pudo la curiosidad y eché un vistazo furtivo y malintencionado a su móvil—. Tras el paseo cultural y sosegado,  casi ajenos al bullicio, "ennosmismados", nos regalamos una hora en la tienda francesa de nombre impronunciable donde compramos un libro cada uno: él sobre Pink Floyd o algo que se le parecía, y yo de P.G. Wodehouse, al que tenía ganas —las obras completas que compró mi padre están impresas en papel biblia con una letra enana e incómoda—. Tres crías adolescentes me precedían en la cola de la caja con un ejemplar de "Pequeñas feministas" y la satisfacción de quien acaba de adquirir una edición facsímil de la Vulgata; mientras David pagaba, una niña me pidió que le enseñase la ilustración que venía en las bolsas de a diez céntimos.
—Mira, papá, es de Menganitta Revanchista... ¡Es feminista!
Su padre sonrió complacido. A mí me da un poco de pena que en busca de la igualdad las niñas se olviden de Carmen Laforet o Emilia Pardo Bazán. Por lo visto, sólo importa el fondo —poco profundo por lo que he investigado— y se olvida la forma, esa bobada que tiene que ver con la literatura y el arte, creo. 

Luego llegó el éxtasis con la aparición en escena de Ted, y con ella la transformación milagrosa de David. Punteó los solos de guitarra en el aire como un chiflado del Guitar Hero, cantó los comienzos de cada canción y aplaudió los finales. 
—Si lo sé te pido que me cantes la obra en casa y nos habíamos ahorrado el viaje— dije en voz baja.
Superstar nos pareció un concierto de rock más que un musical, con un cantante estrella que tuvo y bastante retiene a sus setenta y cuatro años. No es poco.
Las dos horas de regreso dieron para más charla en modo "abuelo cebolleta": recuerdos del colegio en el que compartimos instrumentos; del profesor que nos metió el veneno benéfico de la música, del que no pensamos curarnos; de lo que pudimos haber sido y no fuimos por vagos...
Y tanto nos gusta hablar de música —y de muchas más cosas, no es cuestión de revelar la conversación entera— que ni siquiera encendimos el cacharro de los cedés. Dejé a David en su casa y me congratulé del hallazgo porque, aunque le conozco desde hace veinte años, ayer le conocí un poco más. Por eso le perdono lo de la canción que me quiso colar como definitiva confundiendo a nuestro batería local de referencia con la caja de ritmos de su estudio y haciéndome de paso creer sordo.

Pd.- El libro feminista citado y el nombre de la ilustradora feminista no son reales. Los nombres de Emilia Pardo Bazán y Carmen Laforet sí, aunque mucho me temo que a las adolescentes feministas que me precedían en la caja les sonarán a chino.